A un año de la Asamblea Eclesial

El año pasado fue invitada a participar de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, fue un momento de mucho entusiasmo y alegría, con el correr de los días y ya participando de la misma, se respiraba un clima de mucha fraternidad y esperanza porque se avizoraba algo distinto, un amanecer en la vida de la Iglesia para el mundo, para con todo el Pueblo de Dios, elegido por Él.

A un año de este evento, vemos como país que es necesario la perseverancia en este camino para poder vivir la sinodalidad, convencernos de que vivir sinodalmente no puede ser un slogan o una moda, tiene que ser la identidad eclesial, el ser propio del creyente.

Poder escucharnos para dialogar fraternalmente, reduciendo los prejuicios al momento del encuentro, sin excluir a nadie. Escuchar todas las voces:  víctimas de abuso en la Iglesia, a los docentes de las escuelas católicas, a las nuevas constituciones familiares, el colectivo LGTBQI+, personas involucradas en el consumo de sustancias y en la violencia y sus familias, pueblos originarios, no creyentes, de otras religiones y credos, los separados en nueva unión, personas privadas de libertad, los que no participan o  no están interesados, personas de la tercera edad, personas que están a favor del aborto, en general los que viven y/o piensan distinto, niñez y juventud vulnerables y vulnerados, etc. Reconocerlos como sujetos activos capaces de transformarse ellos mismos y no como meros destinatarios pasivos y receptores de dádivas espirituales y pastorales.

Necesitamos aprender a dialogar para buscar caminos de inclusión. Esto implica conversión personal y comunitaria, pasar de un yo al tú y de ahí a un nosotros, es en este proceso donde se discierne para buscar lo que Dios quiere para cada uno/a y en la comunidad.

Lo importante y lo más hermoso de esto es que estamos en camino, y como dice el documento final que entregó nuestro país como aporte al sínodo de la sinodalidad en su número 52: “Soñamos con una Iglesia más sinodal, más misionera, que pueda solucionar la falta de escucha y de participación, caminando juntos. Al hacer partícipe al pueblo, la experiencia sinodal es una alegría en sí misma. Requiere una conversión espiritual, intelectual y pastoral, porque la santidad es el horizonte de la sinodalidad”.

En síntesis, queremos vivir en sinodalidad porque queremos ser santos, miembros de una Iglesia puente, para que todos/as puedan llegar al Creador y no ser fin en sí misma, donde las miserias y límites humanos entorpezcan este camino que nos dejó Jesús: “Padre, que todos sean uno”.


María Manfredi / Virgen Consagrada, Arquidiócesis de Córdoba, Argentina