Jesús dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14,6). Siendo así, el Camino de la Iglesia es siempre el mismo: Jesús de Nazareth.
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¿Es un error, entonces, plantearse este título? ¿Se equivocó el Sínodo Panamazónico al reflexionar sobre los nuevos caminos para la Iglesia y la ecología integral?
Las preguntas anteriores juegan con un equívoco porque, en este caso, no es lo mismo hablar de Camino que de caminos.
El Camino (con mayúscula y en singular), el único, el verdadero es y será siempre Jesucristo, el Hijo encarnado del Padre que vivió, murió y resucitó por salvarnos. Los caminos (con minúscula y en plural) serían las diversas vías por donde Él nos guía en cada tiempo y lugar.
Seguir a un vaquiano
Supongamos que yo deseo subir al Chirripó, el cerro más alto de Costa Rica (3820m de altura). Si no conozco la zona, lo más sensato sería seguir a un vaquiano. Él no solamente me mostrará la ruta, sino que me dará consejos sobre el equipo que debo llevar, me acompañará, me guiará, me ayudará y animará en los tramos difíciles, etc. Sin él no podría llegar a la cima; sin él, para mí no habría camino.
Sin embargo, las rutas para subir podrían ser distintas y más si voy siguiendo al vaquiano que conoce muy bien la zona. Él podría llevarme por diferentes senderos según le parezca más adecuado.
Lo mismo pasa en la Iglesia. Sin Jesús, estaríamos completamente desorientados, pero con Él encontramos una riqueza y diversidad de caminos que quedamos asombrados. Nuestro Camino no es una ruta fija, sino una persona viva que nos invita a seguirle.
Ir a la otra orilla
¿Cuáles han de ser, entonces, los nuevos caminos para la Iglesia hoy? La invitación que nos ha extendido el Papa Francisco es a salir de las estructuras fijas que nos hemos trazado, no para destruirlas, sino para seguir a Jesús, que en su creatividad nos invita a ir “a la otra orilla”.
Intuyo, como nos dice el Papa Francisco, que la voz del Maestro clama hoy desde “el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo (…) hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras” (LS 53). Resulta así, bastante acertada la propuesta de los padres sinodales en el Sínodo Panamazónico sobre la posibilidad de crear ministerios para el cuidado de la “casa común” (c.f. Documento Final N. 79).
¿Podríamos soñar con un ministerio al servicio de la vida integral al estilo de las comadronas de las hebreas en Egipto? ¿Cabría imaginar hoy hombres y mujeres como José que administren los alimentos del pueblo en momentos de crisis? ¿Podría reconocerse la labor misionera de tantas mujeres que se exponen para llevar agua a sus familias?
Escrito por Ariana Díaz Acuña (Costa Rica). Teóloga. Laica. Coordinadora del Capítulo Costa Rica del Movimiento Católico Mundial por el Clima